Los secretos de Leizadi 1 y Leizadi 2.
Frío, lluvia, viento… el peor sumatorio para un sábado. Aún y todo, Sabino y yo, decididos, salimos hacía Ataún. Objetivo, subir el Leizadi y localizar las cuevas Leizadi 1 y 2. A la 1 le quedaba un algo por topografíar, la 2 tenía un tramo pendiente para Sabino. Para mí, las dos son novedad. Dejamos el coche en el alto de Urkillaga y desde allí, tomando la GR20 que da la vuelta a Aralar, comenzamos una intensa y directa subida al Leizadi. El Leizadi, vecino poco vistado del Sastarri, con sus modestos 921 metros (949 según otras mediciones) ya anuncia con su nombre lo que bajo su caliza esconde. Leizadi significa lugar de cuevas, y, efectivamente, además de las que hoy visitamos hay otras tantas en sus laderas… Leizebeltz, Patatasoro… Como decíamos, el día no era precisamente de playa, la subida es además directa y dura, con un viento frío acompañado de agua-nieve que nos cuarteaba la oreja derecha (soplaba de ese lado). Sabino ya anunciaba al salir del coche: yo me pongo «desdeyá» el casco, que algo abrigará!. A pesar del frío alcanzamos las bocas de entrada de Leizadi 1 y 2 (a ocho metros y medio la una de la otra) sudando a chorros. Leizadi 1 tiene un desarrollo de (no llega) 80 metros, amplía y habitable, con dos entradas y una «sala sorpresa» a la que se accede a través de una angostisíma gatera. La sorpresa…la sorpresa no era una virgen tallada o un cristo, ni el miembro o hueso incorrupto de un santo (reliquia), esas cosas que antes los cándidos pastorcillos o los inocentes niños encontraban al fondo de las grutas, y con las cuales se creaba un espectacular montaje y su consiguiente edificación, Iglesia o Catedral, dependiendo de la candidez de los lugarenos, y con los que la Santa Madre Iglesia (el pícaro cura u ovispo de la diócesis), se aseguraba píngues beneficios y manutenciones, pero bueno, eso es otra historia…hoy día, curiosamente, no aparecen esas «cosas», pero si otras no menos curiosas, como la espectacular osera tallada a zarpazos que oculta Leizadi1, o el zorro muerto a medio desarrollo de la vecina Leizadi 2. Aunque pensándolo poco, no creo que hagamos, Sabino y yo, niguna ofrenda o edificación monumental en su honor. Pero si que peregrinaremos unas cuántas veces más.
La visita a Leizadi 1 y la topografía de «la sala sin topografiar» nos llevaron un par de horas. Disfrutamos en la observación de la osera tallada literalmente a zarpazos, y almorzamos en una de sus bocas de entrada.
Leizadi 2, más extensa, nos sorprendió como he comentado antes, con un raposo muerto, restos óseos de osos (Sabino asegura que se recolectaron piezas dentales de los mismos en el lugar) y dos pinturas que si no rupestres digamos son campestres: algo parecido a un bisonte y a una cabra garabateados a carbón en sus paredes. El tramo final, un tubo inmenso que desciende, a falta de cuerda, nos queda pendiente: para otra peregrinación. Ese tramo que se le atraganta a Sabino…